La tarde se replegaba oscura y el aire
no evaporaba los
aromas de una ilusión rota.
Por pisar esa bomba que detonó mi estupidez
me dejó tirada en una calle fría,
de una caliente ciudad como un bocata
a medio comer en un patio de una escuela.
Una brecha de tristeza partió mi corazón en dos,
mis sentimientos se cubrieron de un glaciar invierno,
no existían palabras para allanar el camino,
sólo deseaba librarse de mi.
En su pecho la victoria,
en mi pecho la derrota,
en su mirada la máscara de la crudeza,
en mi mirada el velo del arrepentimiento,
en sus labios un gallardo adiós,
en mis ojos una lágrima de perdón.
No había remordimiento,
si un exceso de orgullo.
En ese momento recordé lo frágiles
que somos ante el mundo,
aunque de armadura de acero vayamos revestidos.
Me abracé al abandono,
es lo único seguro que tenía.
Los recuerdos presionaban mis
cuerdas vocales,
quise gritar y un susurro mudo estalló en la boca de mi
estómago,
tragué un sabor amargo a bilis y sonreí para evitar llorar.
Sentí que en mi vida acabó el otoño,
sentí morir un poco,
sentí la arena del
desierto
cegar mi inocencia.
No sé si me quiere o no me quiere,
no tuve miedo ,
porque sé que volverá
como el pájaro vuelve al nido,
como el polvo vuelve al polvo,
como el agua vuelve a el cauce.
No guardo rencor
pues abre la puerta del dolor.
Entiendo de debilidades humanas
que por cuenta propia actúan.
Es muy difícil pensar,
cuando el alma está peleada con el cuerpo.
Cepeda.
Preciosa e intenso. Un abrazo grande
ResponderEliminarGracias Manuel por tu apoyo. Un abrazo.
EliminarComo nos tienes acostumbrados. Un placer leerte.
ResponderEliminarGracias Roberto. Fiel seguidor. Un abrazo.
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